RECUERDOS DE LA VIDA PREMORTAL.... SUD - LDS - MORMONES



¿ Alguna vez has visto a una persona por primera vez y te pareció que la conocías ya antes ?
Creo que todos hemos tenido alguna vez alguna experiencia similiar con personas o cosas y NO, NO se trata de reencarnación alguna, sino de recuerdos escondidos en nuestra memoria de nuestra vida premortal como seres espirituales en la presencia de Nuestro Padre Celestial.

La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días cree que todos, absolutamente todos los seres humanos, somos hijos literales de Dios, que nacimos como espíritus en un mundo premortal y que venimos a esta Tiera a tomar un cuerpo físico y aprender y progresar.

En el artículo que hoy les acompaño, el hermano Faustino López hace una narración magistral del tema que no he podido menos que compartir con ustedes.

Faustino es uno de los primeros miembros de la Iglesia en España y un gran maestro y mejor persona, ha trabajado para el Sistema Educativo de la Iglesia toda su vida y es un ejemplo de bondad y conocimiento espiritual.

Que el Señor los bendiga.



Faustino López en el Templo de Madrid


LA REMINISCENCIA Y EL TESTIMONIO
ARTÍCULO 24

En el barrio obrero chabolista de Madrid donde yo me crie, en medio de la miseria que nos rodeaba, la religiosidad era un bien escaso. Mi padre era ateo, y el catolicismo de mi madre estaba más cerca de las costumbres y de las tradiciones que de la devoción. Por tanto, en casa de mis padres nunca se ofreció una oración, no se leía la Biblia y jamás se hablaba de Dios. Aunque, naturalmente, me bautizaron cuando nací, hice la primera comunión al cumplir los nueve años, y cuando cumplí los once, supongo que por falta de medios económicos, me llevaron a un colegio católico de Salesianos que había cerca de donde vivíamos, en el barrio de San Blas.
A pesar de todo, recuerdo que yo viví la experiencia de mi primera comunión con emoción, y cuando me matricularon en el colegio de los Salesianos al cumplir los once años, esa emoción religiosa se convirtió en una devoción que me hizo participar muy activamente en las Misas diarias que teníamos entre semana, dirigiendo el rezo del Rosario y ayudando como monaguillo. Hasta tal punto se manifestó mi devoción, que a la edad de trece años me preguntaron en el colegio si quería ingresar en un Seminario y estudiar para ser sacerdote. Aquello no pudo ser, porque no me atreví a preguntar a mi padre, pero eso no disminuyó mi religiosidad, ni durante el tiempo que estuve en el colegio ni cuando salí al cumplir catorce años, para ponerme a trabajar de albañil con mi padre y estudiar en una academia por las noches. Porque me esforcé durante toda mi adolescencia por cumplir los mandamientos de Dios y de la Santa Madre Iglesia, no faltando a Misa ningún domingo ni fiesta de guardar, aunque tenía que ir solo.



Cuando mi madre vio mi religiosidad, me dijo un día: “¿Pero tú de quién eres hijo?”. Y a esa pregunta siempre he añadido la mía: “¿De dónde saqué yo mi religiosidad, si lo que yo respiré en la familia y en el vecindario fue siempre lo contrario?”. Mi madre intuía sin saberlo dos cosas: 1) que, aparte de los padres terrenales, tenemos Padres Celestiales; 2) que hay un Hogar Celestial en el que recibimos las enseñanzas sobre todo lo relacionado con nuestro espíritu.
La respuesta a mi pregunta podría haber sido, “¡del colegio de los curas!”; pero no creo que fuera así, porque por diferentes razones que no voy a explicar aquí, para casi todos mis compañeros, salir del colegio era salir de la Iglesia Católica: cuando dejó de ser obligatorio ir a Misa, no volvieron a pisar una Iglesia. La pregunta seguía, pues, ahí.
La respuesta me vino de fuera del Cristianismo: de Platón en sus enseñanzas sobre “la Reminiscencia”. Porque, desgraciadamente, en la Iglesia Católica me enseñaban que fuimos creados de la nada, y que no existíamos antes de nacer en este mundo, justo lo contrario de lo que enseñaba Platón, que hablaba de un Dios organizador del cosmos (como leemos también en Abraham 4:1), y de una vida espiritual anterior a la material.
Reminiscencia (anamnesis, “recordar”) es el nombre que daba Platón al recuerdo que en este mundo tenemos de la vida anterior, en la que contemplábamos las “Ideas”. La reminiscencia era para Platón la fuente del conocimiento verdadero, y también una prueba de la inmortalidad del alma.
Las Ideas son principios que el alma contempló en la vida anterior, que trae consigo a este mundo (innatismo), y que la ayudan a diferenciar el verdadero conocimiento (episteme) de la mera opinión (doxa).
Platón enseñaba que en el hombre y en la mujer hay dos partes: el alma racional y el cuerpo animado. El alma no siempre ha estado unida al cuerpo: en un principio, el alma estaba en un mundo preterrenal que Platón llamaba el mundo Hiperuranio; allí estaba en contacto con las Ideas, que son las realidades originales y absolutas, y las contemplaba en éxtasis, sin el velo que la materia pone delante del alma. Porque cuando el alma entra en el cuerpo, el mundo de las Ideas se oscurece y cae en el olvido, quedando sólo una nostalgia de lo que se quedó atrás y un sentimiento convertido en un anhelo de recuperar algo que se echa de menos. Todo esto hace que cuando el alma se encuentra en este mundo con algo verdadero, bello o virtuoso, lo reconoce porque le hace rememorar lo que ya contempló antes de salir del mundo Hiperuranio. De esta manera, para Platón, “conocer” es “recordar”: estamos hablando de la “reminiscencia” o de la “anamnesis”. Por tanto, todos los espíritus tienen “innatas” al entrar en este mundo esas Ideas o principios eternos y universales que le ayudan a reconocerlos al encontrarse con ellos en esta vida. Podríamos decir, entonces, que el “conocimiento” viene de fuera hacia adentro, al percibir con los sentidos las realidades de este mundo, y el “reconocimiento” viene de dentro hacia afuera, al recordar esas realidades contempladas en la experiencia preterrenal.

Hablando de las Ideas, Platón decía que la principal de todas ellas es la Idea del Bien, de la que todas las demás dependen para su existencia. Por tanto, el Ser y el Bien son lo mismo, y ambos son la representación de Dios, el Padre de todas las Ideas, a quien deben su existencia. Esto significa que el alma estuvo en contacto con Dios en el mundo Hiperuranio, y que la Idea de Dios la trae a este mundo, de modo que cuando oye hablar de Dios, “recuerda” y “siente” la veracidad de su existencia y de todas las realidades con Él relacionadas.
El Evangelio Restaurado en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días acepta muchas de estas enseñanzas de Platón. En cuanto al nombre “Hiperuranio” dado al mundo preterrenal, por ejemplo, en la epístola a los efesios en 1:20, 2:6 y 3:10, el apóstol Pablo habla de “los lugares celestiales”, que en el original griego de estos versículos reciben el nombre de “epuraníois”, que viene de la palabra “epuránios”, que significa “celestial”: la lengua griega une aquí a Pablo y a Platón.
Y si relacionamos todo lo dicho por Platón con el testimonio, diríamos que obtener un testimonio requeriría dos cosas: 1) Recibir el Evangelio de fuera hacia adentro, por medio de alguien que nos lo enseñe. 2) Saber que es verdadero de dentro hacia afuera, al reconocerlo, gracias al recuerdo que tenemos en nuestro interior de la vida preterrenal; las dos cosas son necesarias para “saber” que Dios vive, que Jesús es el Cristo, y que ambos se aparecieron a José Smith, por medio de quien restauraron el Evangelio en los Últimos Días, porque “sentimos” su veracidad gracias a la experiencia preterrenal.
Yo tuve esa experiencia cuando en 1970 me enseñaron los misioneros sobre el plan de salvación: al escucharles, inmediatamente lo reconocí, o, como diría Platón, lo “recordé”, porque se supone que lo tenía grabado a fuego en mi espíritu desde que nuestro Padre Celestial nos lo enseñó en la vida preterrenal. Y lo mismo podría decir de los principios del Evangelio Restaurado, porque me pasó lo mismo con todos ellos: no tuve ninguna duda, me bauticé, y la “reminiscencia” me ha acompañado todos estos años desde entonces, convirtiéndose en mí, como enseñaba Platón, en una fuente del conocimiento verdadero, y en una prueba de la inmortalidad del alma. Y en parte se ha convertido también en la posible razón por la que yo era religioso en medio de un ambiente de indiferencia con la religión. Y, aunque se suele relacionar al neoplatonismo con la Apostasía, para mí, el platonismo forma parte de la Restauración.
Termino el artículo con unas preguntas, para que las respondan otros: “¿Por qué la reminiscencia o "anamnesis" no funciona con todos por igual, y algunos no sienten nada cuando les hablan de Dios y del mundo eterno?”. Quizá habría que hacerles también la misma pregunta que me hizo mi madre, pero por razones opuestas: “Vosotros, desmemoriados, ¿de quién sois hijos, y dónde estaba vuestro espíritu antes de venir a este mundo?”. Porque para algunos, en lugar de hablar de Anámnesis (“ἀνάμνησις”), “recuerdo”, habría que hablar de Amnisía (“αμνησία"), “olvido”. Y eso a pesar de que todos tenemos en este mundo a nuestra disposición la influencia del Espíritu Santo, para ayudarnos a recordar todas las cosas (cfr. Juan 14:26); por eso es tan importante ser dignos de su influencia, para que el olvido no nos desconecte del más allá, y sea un obstáculo para obtener un testimonio de Dios y de su Evangelio.


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